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Te imagino - carta a ti, paciente de coronavirus - Nova Andaina - Marta Casás
Imagen de Alexander Grey en Pixabay

Carta a ti, paciente de coronavirus

Te imagino en tu cama, dando vueltas, cambiando de postura, intentando que los pliegues de las sábanas no te laceren. Te imagino anhelando la entrada de un enfermero, de una doctora, del encargado de la limpieza… un ser humano, al cabo, aunque perdido en un envoltorio tan exhaustivo que cuesta averiguar que efectivamente detrás de esa escafandra late un corazón. Te imagino mermado a ti también en tu dignidad humana, no en la profunda, en la que eres y siempre has sido, sino en esa más epidérmica que funciona como un espejo: te ves esclavo de unos tubos, atado a aparatos, uniformado con tu bata, con el pelo despeinado, abandonado incluso el deseo de mejorar tu apariencia, y comprendes que esos héroes que te atienden, esos ángeles que alivian tu tormento, no te ven como lo que eras antes, sino como un cuerpo doliente, como un despojo a quien revivir… Y eso te deprime.

Te imagino viendo pasar las horas, a veces con esperanza, otras con miedo. Otras con aburrimiento, abatimiento, ilusión y vuelta a la desesperanza. Un círculo completo paralelo al círculo que la tierra realiza alrededor del sol. Amanece. Máxima luz. Atardece. Oscuridad. Y miras por la ventana. Ya es primavera, y tú, encerrado. Te viene quizás a la memoria aquel poema que aprendiste en tu infancia, el Romance del Prisionero, que rezaba: “Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor”. Y el prisionero visualiza en su mente los trigos, los campos en flor, los enamorados paseando… Y no puede evitar comparar esa explosión de vida con lo que él está sufriendo: “Solo yo, triste, cuitado, que vivo en esta prisión, sin saber cuándo es de día ni cuándo las noches son…”

Te imagino esperando. Esperando que tu diagnóstico mejore, que las últimas pruebas que te han realizado den como resultado una evolución hacia la pronta recuperación y por ello hacia la libertad. Esperando que llegue la comida: No es que tengas mucho apetito, pero necesitas de esa ingesta para reafirmarte como ser humano, para mantener alguna de las rutinas que te unen a tu pasado “normal”. Y si no comes, esperando el momento en que te digan que puedes hacerlo, o que te puedes levantar, o que puedes ir al baño solo. En este rebobinado macabro, cada avance es titánico. Nadie puede entender la alegría que sientes al irte desprendiendo de alguna de tus ataduras.

Te preguntarás cómo soy capaz de imaginar tus múltiples estados de ánimo, tu irritabilidad y afabilidad casi sin motivo, tu insomnio, la confusión ante una situación tan tremenda e inesperada que te hace sentir un desdoblamiento de personalidad: “Esto no me está pasando a mí”. Tu alma quiere volar como el pajarito que visitaba al prisionero del poema. Tu abotargamiento ante la gran carga de fármacos que tu cuerpo tiene que soportar. En tu cuerpo se está produciendo una batalla, y en tu mente también.

Pues te entiendo porque hace aproximadamente un año yo era tú. Yo era la que se encontraba postrada en una cama intentando partir el día en espacios para que mi mente no se desbocara ante una nada eterna donde la vigilia era reina y la pesadilla, su súbdita. Era mi cuerpo el que se debatía por recuperar sus funciones vitales, mi cuerpo el campo de batalla entre el bien y el mal, la salud y la enfermedad.

Creo que debo presentarme, así sentirás que no soy un personaje inventado, sino alguien real. Me llamo Encarna, tengo 51 años y hasta que una enfermedad grave me fue diagnosticada me consideraba una persona vital, una madre cariñosa, una profesora entregada y una amiga de sus amigos. No me daba cuenta de que era feliz, hasta que ese panorama se tornó de pesadilla al verme recluida en un espacio pequeño, paseando con un gotero como báculo por el pasillo desangelado de un hospital. Mi mayor ilusión, mirar hacia la calle por la ventana de ese pasillo, todas aquellas personas tan diferentes unas de otras, caminando en direcciones opuestas… ¡pero tan vivas! Con el anhelo de salir algún día de allí, de ser yo una de esas personas con un objetivo, caminando tan segura en pos de algún trabajo, cita, tarea, también a mi vez, caminaba arriba y abajo el pasillo, a modo de entrenamiento para el día en que estuviese preparada para franquear esa puerta. Es un tránsito, una penitencia, una etapa de la vida que no merece ser llamada tal, si no es porque tiene un valor, aunque no lo creas. Tiene el valor de no dar nada por sentado. Nunca vas a tener aquella sensación de invulnerabilidad que tenías, cierto, pero a cambio, vivirás la vida con un sabor más intenso y profundo. Te deleitarás en recuperar lo que tú creías antes nimiedades y ahora valoras tanto: un paseo, un abrazo, una reunión familiar, una buena comida. Te sabrá mejor y no querrás perderlo nunca más, por lo que intentarás cuidarte más y eso te llevará a una vida más responsable y sabia.

No obstante, aún te quedan días duros antes de eso. Y debes reforzar tus posiciones para lograrlo. Cada uno debe crear sus estrategias propias en la lucha, aunque si las mías te pueden servir de algo, yo las comparto.

Primera, tienes que mantener una ESPERANZA con mayúsculas. Te dejo que te permitas ciertos momentos de duda y turbación al día. Pero sólo eso, cortos instantes. Cuando te vengan, piénsate como un guerrero que ha caído, pero que se levanta pronto.

Segunda, mantén el vínculo con el exterior. Si tienes ventana, mira por ella, cualquier detalle puede ser una primicia interesante. A mí me gustaba ver cómo unos obreros construían un tejadillo justo al otro lado, cómo progresaban día a día. Mis estancias en varios hospitales fueron distintas porque el decorado lo era. Una vez, había un prado con caballos, era un hospital de las afueras. Otra vez, no tuve ventana, y sí compañera de habitación. Yo sé que tú estás aislado, no vas a poder hablar con compañero alguno, pero puedes escuchar la radio. Evita programas que te pongan nervioso/a, escucha música relajante. Si tienes la suerte de tener familia y amigos, contacta con ellos telefónicamente varias veces al día, a ser posible a horas fijas, pues tener unas rutinas establecidas también ayuda a tu mente.

Tercera, debes ser fuerte. Entrenarte a lo “Rocky”, aunque te veas a ti mismo como un boxeador vencido, sin fuerzas, que sólo aspira a pasar un día más, a no sufrir, a sobrevivir. Y para eso es importante que hagas lo que los sanitarios te digan, que colabores. Ellos son tus entrenadores personales. Algo que me agradaba mucho era que me visitaran siempre las mismas personas. Preguntarle los nombres a los enfermeros/as y doctores crea un vínculo tranquilizador. No digo yo que exijas que te den conversación, no están ahí para eso, tienen mucho trabajo y también has de ser solidario y pensar en los demás pacientes que están como tú. No debes atosigarlos. Claro que si les dedicas una sonrisa, les das las gracias, intentas quejarte lo mínimo y acatar obediente sus consejos y pautas… ese trato les beneficia a ellos tanto como a ti. Ellos te dirán cuál es tu reto diario. No te pongas metas muy altas, no pretendas que te digan cuándo será tu alta y te podrás ir a casa. Estando en este limbo me pregunté si etimológicamente la palabra paciencia no vendría de eso, de ser paciente, de estar enfermo.

Cuarta. En lugar de lamentarte: ¿Por qué yo?, dale la vuelta al argumento: ¿Y por qué yo no? No es bueno que consideres que has hecho algo mal y este es tu castigo. Tampoco que es injusto lo que te está pasando, que te sientas señalado por un dedo cruel y todopoderoso que se ceba contigo. La enfermedad afecta a todos los seres vivos, plantas, animales. Si en tu mente forjas un hilo invisible con todos los que están como tú (en la habitación de al lado, en el hospital de más allá, en otra provincia, región, país y continente) sentirás que eres uno más en la lucha, no estás solo. Y que tienes la suerte de ser atendido, que estás al fin y al cabo en un hospital del primer mundo. Carencias hay en todas partes pues el ser humano no puede vivir preparándose de forma constante para las múltiples batallas y catástrofes que pueden surgir agazapadas. Si los científicos hallan la vacuna contra un virus, este muta y ataca de nuevo. Así es nuestro sino, pero es un destino mucho más elevado que el de un chimpancé que atrapa la polio y muere, no tiene más potencial contra eso. Al menos nosotros tenemos la capacidad de luchar contra la enfermedad.

Mi última recomendación depende de ti. Si todo te falla, estás cansado de televisión, no encuentras consuelo en la lectura, tu ventana está tapiada y apenas te llama nadie, proyéctate en el futuro: visualízate en un medio plazo, sano, fuerte, disfrutando de nuevo de todo lo que te gusta. Y considera tus días como parada obligatoria en esa casilla del juego de la Oca en que has caído (¿recuerdas? Tres veces sin jugar), pero de donde saldrás. Inspírate en todos los que como tú, hemos sufrido y nos hemos recuperado.

Un abrazo.